Vidas ajenas
Querido Sigfredo,
El otro día tuve la desgracia de hacer un largo viaje en un autobús en el que viajaba una de esas personas que creen que tienen todo el derecho a hablar a voz en grito de su vida privada aunque a los demás nos interese un pimiento.
Nunca he llegado a dilucidar si esas personas creen que la gente realmente no les escucha (agarrándose, supongo, a la prueba de que nadie los mira) o si por el contrario creen que lo que tienen que contar es tan fantásico que nos hacen un favor al permitir que les oigamos.
En este caso en concreto, creo que la exhibicionista que me tocó en gracia simplemente se sentía sola; Antes de subir al autobús ya había hecho una amiga de la que 3 horas más tarde se despidió con grandes abrazos tras intercambiarse los números de teléfono y jurarse y prometerse llamarse en cuanto una pasara por la ciudad de la otra, a los 5 minutos ya nos habíamos enterado el autobús al pleno de que tenía unas sandalias plateadas divinas de la muerte; y a los diez de que tenía 39 años, que era filóloga inglesa, que no había estudiado las oposiciones porque se casó muy joven con un hombre 10 años mayor que ella que ahora acababa de dejarla por una chica 10 años más joven.
Cariño, empatía y aprobación era lo único que esta mujer pedía del viaje... y de estos meses. Cariño, empatía y aprobación. Y que la dejaran llorar sus penas.
Lo que sigo sin entender es por qué no lo pedía más bajito
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