28.9.06

Anciano


Sigfredo querido,

Hoy he visto a un anciano. Debía tener unos 45 años. A veces no hace falta más edad para ser un anciano.

Caminaba encorvado, con una gorra sucia y una mochila rota. Pasaba frente a mi portal y apenas aflojó el paso cuando se agachó para coger algo del suelo. Le observé, preguntándome qué se le habría caído y al levantarse ví que algo le centelleaba en la boca. Era una colilla encendida. Había recogido dos del suelo y se afanó en acabar la primera mientras guardaba la otra. Sin detenerse.

Me pregunté a dónde iría, y si realmente iba a algún sitio o tan sólo no quería parar.

20.9.06

Educación


Querido Sigfredo,


Vuelvo a hablarte de la mujer del otro día en el autobús, la divorciada. Como te conté, había estudiado filología inglesa y no tenía plaza, así que trabaja dando clases en institutos, donde la toque.

En un momento de la conversación con su recién estrenada amiga del autobús dijo esto que te copio:
"El año pasado trabajaba en Potes, fíjate tú. Suspendí a un grupo de los ... [gruñidos varios]... y me rallaron todo el mercedes. ¿Sabes qué hago ahora? Los apruebo a todos. APRUEBO A TODOS. Que el día de mañana sean unos inútiles"

Oyéndolo pude poco menos que indignarme. No me extraña que ande el nivel académico en España por donde anda, con profesores que se dejan llevar por su propia amargura y permiten que los más bastardos pasen de curso, con el único mérito de amenazar, ser unos gallitos y unos quinquis. Así aprenden desde jóvenes lo que de verdad cuenta en la vida.

Después lo pensé un poco más. En un tiempo en que los niños de cuatro años ponen en jaque a sus profesores amenazándoles con decir que les han pegado para que no les obliguen a acabar una página de palotes. Un tiempo en que los padres sientan a sus hijos delante de la televisión porque no tienen tiempo para educarlos. Un tiempo en que profesores y padres son enemigos y la ley pretende crear un mundo aséptico e irracional. Un tiempo en que los niños maleducados se convierten en adolescentes incapaces de esforzarse, asusmir un fracaso, aceptar un "no" y superar la decepción.

En un tiempo en que realmente es peligroso suspender a alguien, me pregunte ¿qué haría yo? Y me dió tanto miedo descubrirme dando una de las dos respuestas que ni siquiera me atreví a planteármelo en serio.

19.9.06

Vidas ajenas

Querido Sigfredo,

El otro día tuve la desgracia de hacer un largo viaje en un autobús en el que viajaba una de esas personas que creen que tienen todo el derecho a hablar a voz en grito de su vida privada aunque a los demás nos interese un pimiento.

Nunca he llegado a dilucidar si esas personas creen que la gente realmente no les escucha (agarrándose, supongo, a la prueba de que nadie los mira) o si por el contrario creen que lo que tienen que contar es tan fantásico que nos hacen un favor al permitir que les oigamos.

En este caso en concreto, creo que la exhibicionista que me tocó en gracia simplemente se sentía sola; Antes de subir al autobús ya había hecho una amiga de la que 3 horas más tarde se despidió con grandes abrazos tras intercambiarse los números de teléfono y jurarse y prometerse llamarse en cuanto una pasara por la ciudad de la otra, a los 5 minutos ya nos habíamos enterado el autobús al pleno de que tenía unas sandalias plateadas divinas de la muerte; y a los diez de que tenía 39 años, que era filóloga inglesa, que no había estudiado las oposiciones porque se casó muy joven con un hombre 10 años mayor que ella que ahora acababa de dejarla por una chica 10 años más joven.

Cariño, empatía y aprobación era lo único que esta mujer pedía del viaje... y de estos meses. Cariño, empatía y aprobación. Y que la dejaran llorar sus penas.

Lo que sigo sin entender es por qué no lo pedía más bajito